Este post se podría haber titulado de muchas maneras, y enfocado así mismo de otras tantas. Pero finalmente, he decidido titularlo así: Alan Stivelman: el interesante devenir de una crisis existencial.
Podría muy bien haberse centrado en el éxito del documental del que Alan Stivelman es realizador, y que ha llevado su nombre por todo el mundo: HUMANO. Sudamérica renace. Una película insólita por muchas razones. Fundamentalmente, porque ha roto cualquier idea previa respecto a lo que, hasta ahora, se ha entendido por hacer cine.
Pero hablar sólo del documental, no explicaría el porqué de su éxito, del impacto que ha tenido, los caminos que ha abierto, y que sigue abriendo, ni de cómo es posible que sin ideas previas, sin guión, sin dinero y sin ninguna de las largas planificaciones, complicadas tecnologías y enormes inversiones económicas que se consideran imprescindibles para realizar cualquier producto cinematográfico, el documental de Alan Stivelman haya logrado un impacto tan importante en el saturado mundo que habitamos.
Pero así son las cosas que funcionan actualmente. Nada de lo que valía vale. Y vale algo que nunca nadie pensó que iba a valer. Y así fue con el propio Alan Stivelman, el alma máter del documental, que lo único que tenía, cuando partió en un viaje de búsqueda personal, era un sinsentido, una crisis existencial y muchas preguntas.
Han pasado escasamente cuatro años desde que Alan, incómodo con su vida –con su no vida, sería más ajustado decir- se puso en movimiento… que es lo que se cuenta en este post.
Pero su historia resulta especialmente apasionante, sobre todo vista desde ahora -finales de 2017/comienzos de 2018-, tomando en consideración a todo lo que está dando lugar… una emocionante creación colectiva de una comunidad de HUMANOS activos en todo el mundo.
Tan es así, que necesitaré al menos otro post para intentar mostrar un poco cómo la crisis existencial de Alan Stivelman se mostró en realidad como lo que era: la crisis colectiva de una Humanidad que anhela con urgencia el retorno a otro tipo de valores…
Para presentar esta historia, he elegido una entrevista que realiza Ana B. Carvalho a Alan Stivelman. Me interesa en ella, el contexto mayor en el que se sitúa la búsqueda de Alan, su ubicación dentro de una generación, pero también con respecto a otras, porque el contexto ha variado, pero la búsqueda es la misma en todas las generaciones. Ahora, eso sí, parece estarse intensificando, teniendo en cuenta la urgencia que imprimen los tiempos que estamos viviendo.
GENERACIÓN Y. ALAN STIVELMAN
Si quieres conocer a la humanidad, primero tienes que ser humano
ANA B. CARVALHO
Traducción: Loquepodemoshacer.wordpress.com
De anónimo milenial argentino, Alan Stivelman ha pasado a ser conocido por su primer documental, “Humano”, disponible en todo el mundo a través de Netflix. Está terminando su segunda película sobre los conocimientos indígenas.
En 2013, estuvo cinco meses solo en los Andes con un chamán, Plácido, mientras buscaba respuestas sobre el origen del hombre y la humanidad. En la conversación con él desde Buenos Aires, vía Skype, alan comienza compartiendo que también ha estado en Portugal, para presentar el documental en el Festival Boom. De esa visita, recuerda “niveles de calor únicos”, imagen de marca de Idanha-a-Nova. Pero fueron los Andes los que le cambiaron para siempre.
Aventureros y sedientos de respuestas para sus crisis existenciales. ¿Suena familiar a todas las generaciones? Sí, suena. Pero si el tiempo cambia y las voluntades no, ¿por qué dar tanta importancia al andar de los milenials?
En las últimas ediciones de rúbrica de la Generación Y, los nacidos entre 1985 y 1995, ya abordábamos el hecho de que los milenials son inquietos y viajan mucho, e incluso cambios frente a generaciones anteriores, como estar más desligados de las religiones y buscar respuestas en la espiritualidad. Los milenials tienen bajos salarios, se casan más tarde, sueñan con sus propias empresas, se empeñan en trabajar en sus diferentes proyectos, y no tienen tiempo de conocer a gente -usan Internet para esto. Hasta que algunos de ellos se cansan y dejan todo atrás para probar algo nuevo.
Los milenials nacieron en tiempos de demasiadas preguntas, demasiadas respuestas y pocas certezas. Los libros que leen no son los que sus conocidos o maestros recomiendan, los documentales que ven no son los que pasan únicamente en televisión. Desarrollan pasiones y se dedican a ellas con herramientas a las que ninguna otra generación tuvo derecho.
Siguen ídolos como Jack Kerouac, el escritor canadiense que en en el período post Segunda Guerra Mundial, en 1947, dejó la novia y todo lo que tenía para viajar a dedo, mochila a la espalda, por el oeste norteamericano. Si Kerouac que no tenía nada, se fue, ¿por qué los jóvenes milenials, que hoy tienen tantas ayudas, no habrían de conseguirlo también?
«Mi padre tenía 20 años y se fue en autostop hasta el norte de Europa en un camión. Se quedó a trabajar en una fábrica y, cuando le apeteció, volvió. Él y sus compañeros se hartaron de viajar. Creo que esto ya viene con nosotros, no es sólo de una generación, la diferencia es que hoy en día es mucho más fácil para nosotros salir, incluso si no tienes dinero», dice Bruno, de 27 años, nacido en Braga.
Era una época diferente, el atractivo de la «rucksack revolution» de Kerouac -la revolución de la mochila- cayó como un guante en una generación hecha en gran parte de sueños pospuestos por empleos en «call centers”, apoyados por los permisos dados por los padres, sin ser capaces de planear sus vidas a largo plazo. Hablamos de «un cambio de casa, hecho en el camino, a través de un nuevo estilo de vida, para jóvenes que será construido en la experiencia, el placer, la exploración espiritual, movilidad y el descubrimiento de uno mismo», como lo describe el Instituto de Investigación Cristiano y las bazas de los milenials son muchas. Hoy en día siempre se puede salir a la carretera con un smartphone y una cámara colgada del cuello, y si se pierden siempre tienen un Google Maps a mano, y una recomendación de restaurantes económicos Zomato o TripAdvisor. Pueden encontrar estancias en plataformas de compartir sofás o intercambiar trabajo por una cama en un hostel y «voilá», viajar sin grandes preocupaciones.
La Confederación Mundial de Viajes y Estudios de la Juventud (WYSE) interrogó a más de 34.000 personas de 137 países y descubrió que los jóvenes no están buscando el paraíso del turismo del sol, mar y arena «como las generaciones anteriores”. Buscan esencialmente pasar menos tiempo en las «gateway cities» y, por el contrario, explorar destinos remotos, dejando a un lado comodidad a cambio de precios bajos cuando se prefiere dormir en «albergues en lugar de hoteles». Eligen viajes de mochila a largo plazo, para más de dos meses, y el número promedio de días fuera es de alrededor de 58 días, en lugar de dos semanas.
Los sitios remotos y las almas perdidas
Amanda, de San Francisco, escribe en la revista «The Atlantic» esencialmente sobre sus viajes.
En 2012, con 24 años, viajaba sola por el mundo. Visitó, de mochila, las costas de Sudamérica, el sur de Asia, Europa occidental y la costa oeste de los Estados Unidos de América. Hizo recorridos como rutas como el Camino Inca, esquió en los Alpes, paseó a través de Patagonia y de los Himalayas. Trabajó, a cambio de un lugar donde quedarse, desde en hostales hasta en monasterios budistas, entre otros, pero lo que le sorprendió fue la cantidad de personas de su edad que encontraron la manera de hacer lo mismo que yo, escribió. Y bastan cinco minutos por Instagram para comprobarlo. Cientos de milenials por todo el mundo viajan por el planeta compartiendo fotos que reciben otros tantos miles de «me gusta», perpetuando sitios extraordinarios y remotos con descripciones que animan a otros a dejar todo e ir al descubrimiento, cualquiera sea el punto de origen. «Quiero llegar a conocerme mejor y no hay mejor manera para hacerlo que verme crecer a través del mundo» resume Inés, de 26 años, que ha viajado por más de veinte países.
De crisis existencial al documental “Humano”
Alan Stivelman es uno de los mejores ejemplos de milenial, que cambió su vida gracias a una mochila y a un viaje mal planificado. En 2013, Alan tenía 24 años cuando dejó todo en Buenos Aires. Por Skype, contó que estaba en plena crisis existencial, y que todo lo llevaba hacia los Andes, que los había estudiado en los últimos años debido a una curiosidad por los misterios arqueológicos.
Escribió 200 preguntas que lo atormentaban hace algún tiempo y partió con ellos hacia Perú.
El viaje dio como resultado un documental de hora y media disponible en Netflix y distribuido por todo el mundo.
Humano
Sudamérica renace
En «Humano», se acompaña el viaje de un joven decidido a encontrar respuestas sobre el origen de la humanidad. En un intento constante de autoconocimiento a través de ritos ancestrales de la comunidad andina Q ‘ ero, guiado por un chamán, Alan viajó durante cinco meses por paisajes remotos donde respirar no es tarea fácil, y viviendo integrado con una comunidad que apenas en 1960 tuvo el primer contacto con el mundo occidental. Al final, logró sentirse humano. Una respuesta individual y, al mismo tiempo, colectiva.
Estudiaste cine. ¿Siempre supiste que querías ser director?
Recuerdo tener 14 años y viendo la película «El Topo» de Alejandro Jodorowsky y no percibir nada. Pero yo sabía que algún día me encantaría hacer una película extraordinaria como aquella, incluso aunque las personas tampoco se enterara de nada. Yo estaba estudiando informática pero me cambié al cine y empecé a escribir. Hasta que decidí comprar una cámara y viajar.
¿Cómo fue volver a integrarte en la sociedad después de varios meses en las montañas?
Hum… Pasé cinco meses en los Andes. Tenía 24 años, estaba en medio de una crisis existencial en el momento y los Andes fueron el lugar que yo estaba investigando en los últimos años debido a los misterios antiguos. En algún momento, en medio de esta crisis, me encontré pensando: «tengo que salir a la carretera». Me parecía el mejor lugar para encontrar, y no digo para encontrarme a mí, sino para encontrar las respuestas que estaba buscando sobre el origen del Hombre, sobre la historia antigua de América, una historia que no estaba escrita. Así que empecé el viaje y cuando regresé a Buenos Aires fue realmente bueno. Cuando llegó el momento de decidir volver, sentí que ya tenía lo suficiente. Encontré lo que había estado buscando.
¿Sentías que tus amigos compartían esta crisis existencial o te sentías solo?
Me sentía realmente solo. Imagina, mi película se estrenó en Polonia, Festival de cine de Varsovia. Estaba tan nervioso que me invitaron y no fui al primer pase. Estaba en pánico, no podía imaginar cómo iba ser recibida la película. Pensé: «nadie tiene este tipo de crisis, todo el mundo se siente bien y completo, yo soy la única persona del mundo que tienen crisis existenciales acerca de estos asuntos, nadie va a querer saber». Pero cuando se hizo el segundo pase, fui y estaba todo lleno, solo gente con el mismo tipo de crisis, llena de problemas y preguntas, personas que no sabían cómo habrían de empezar su propio viaje.
Los pueblos indígenas de todo el mundo comparten el mismo tipo de rituales, conocimientos y medicinas, aunque con nombres y tradiciones diferentes, pero todos aman la naturaleza. ¿Cuál habría sido el momento de la desconexión de los pueblos occidentales con esta dimensión del mundo?
Los nativos que no fueron conquistados mantuvieron estos rituales, pero los europeos también los tenían, solo que se prohibió realizarlos. Creo que hay muchas variables, pero uno de ellas es, sin duda, la implementación de la religión, el desarrollo de la economía y de la política. La aparición del materialismo. Occidente tiene un avance grotesco a nivel material pero no espiritual. No sé… En los Andes dicen que estamos en el momento del regreso del Pachacuti, el retorno al origen. En la India es el fin del Kali Yuga, la edad de la adicción, de la sangre, del miedo. Son varias las culturas en el mundo que hablan de lo mismo, que tenemos que pasar todo este ciclo hasta que volvamos otra vez a ese estado de conocimiento. Y, probablemente, en el futuro vamos a tener que empezar todo de nuevo. Ahora, somos bendecidos por vivir una transición. Nuestra generación está rompiendo las reglas y comenzando un nuevo mundo, tenemos un enorme potencial. Yo soy muy positivo sobre nuestra evolución como Humanidad, que es lenta pero ha de llegar a un equilibrio.
¿Ves a esta generación como un agente de cambio?
Creo que tenemos un gran reto por delante. Hoy en día es tan fácil dispersar nuestra atención con la tecnología y todo lo demás. Tenemos un potencial enorme pero un enorme obstáculo en el cumplimiento de nuestra misión y objetivos. Creo que tenemos las herramientas, las armas, pero todo depende de la forma en la que las vayamos a utilizar.
¿Cómo conociste a Plácido?
Lo conocí en Buenos Aires en 2009. Era un guía turístico patrocinado por agencias de viajes, para atraer a personas a Perú. Cuando lo conocí no tenía idea que era un chamán, un paqo (sacerdote, sanador). Hablé con él sobre los antiguos edificios que están sumergidos en el lago Titicaca y él empezó a hablar de la mitología antigua y así sucesivamente. Mantenía su contacto y cuando viajé a los Andes, fue la única persona que conocí allí. Le llamé desde Copacabana, en Bolivia, y el primer día que nos encontramos, me dijo: «Si quieres aprender sobre la humanidad, primero tienes que ser humano». No entendía lo que estaba diciendo. Hablamos todo el día y pude sentir mi mente. Fue entonces cuando comencé mi caminar con él, que duró cinco meses.
¿Encontraste respuesta para las 200 preguntas que preparaste para el viaje?
Tenía 200 preguntas, pero en la primera semana que estuve con Plácido tuve que reescribirlos todas, una por una. Eran todas muy ingenuas, tontas, del género de: «¿qué es Dios?», «¿qué es la naturaleza?», «¿por qué morimos?». Y todas estas preguntas se separaron de mí. Lo que Plácido hizo fue intentar personalizar mis preguntas, convertirlas en preguntas como: “¿quién soy yo?», en lugar de “quiénes somos». Así que mi primera pregunta fue «¿cuál es el origen del Hombre, desde el punto de vista de la cultura andina?». Entonces Plácido me dijo que antes de que yo pudiera responder a esa pregunta, primero tenía que ser humano. Fue su primera pista para hacerme percibir que yo no era ni nunca había sido humano, y que probablemente el 99% de las personas del mundo tampoco.
¿Descubriste lo que significaba ese «ser humano»?
Ser humano es algo que se conquista, que se alcanza. No es posible discutir verbalmente, es un estado de ánimo, un estado del ser, tienes que ser consciente, un estado de conciencia sobre el ser humano. Y es sólo cuando se alcanza eso, que lo puedes entender. Si nos deseamos mal unos a otros, si nos hacemos daño unos a otros, no estamos en armonía con las reglas de la naturaleza, sino con otro tipo de fuerzas que no quieren ayudarnos a ser humanos. Estas fuerzas quieren mantenernos animalizados, mecanizados. Nuestro viaje, tanto interno como externo, es la mejor manera en que podemos responder a esa pregunta. En el caso de los andinos, existen rituales específicos para romper esas barreras y abrir esas puertas. Es sólo una cuestión de percepción y consciencia.
¿Qué hiciste durante cinco meses?
Siempre estuve con él. Era su compañero de equipo cuando tuvo grupos de viajeros, no estábamos siempre filmando. Filmé, pero los momentos de relajación, yo ni siquiera sabía que iba a hacer una película, no estaba preparado para eso. Sólo quería escribir mi caminar, mi viaje a la eternidad.
¿Cuál fue la parte más difícil de todo este viaje? De lo que puedo ver en la película, debe haber habido algunas.
Sí. Hubo tres de esos momentos del viaje que me marcaron. Dos veces pensé que me iba a morir. Estaba en Monte Ausangate, esa escena donde nos bañamos en un lago congelado, pero no fue esa la parte difícil. La noche anterior, cuando subí a esa montaña, cogí una fiebre muy fuerte. Empecé a alucinar, hablando tonterías y Plácido me dijo: «bueno, no te preocupes, vas a morir probablemente, así que aviso a tu madre» (risas).
Un buen incentivo, por tanto.
Sí, solo le pedía «no, por favor, no me digas eso» (risas). Esa noche había una energía muy fuerte, era la Pachamama y toda la energía en el aire parecía un baile por todas partes. Fui golpeado por esta energía. Plácido me advirtió que mi cuerpo no estaba preparado físicamente para conectar con tanta energía, sólo mi cuerpo espiritual. Así que me mandó entrenar para habituarme a la energía, pero la verdad es que mi cuerpo físico estaba enfermo.
¿Y cuando volviste a pensar que te ibas a morir?
En el ritual de contacto con los Apus, unos seres espirituales que son llamados a transmitir conocimiento a los seres humanos. Representan los espíritus de las montañas, como si cada montaña tuviese una vida, un Apu. Hay unos sacerdotes especiales, los chamanes, que consiguen entrar en contacto con ellos para que bajen a unas piedras especiales, mientras que todos estamos en la oscuridad. Cuando llegaron, comencé a entrar en pánico. Siempre he sido una persona que no cree en estas cosas, pero que le gustaría creer. Y esa experiencia explotó mi mente. Siento que hice contacto con un mundo espiritual que no había manera de recrear con equipos o teatros. Los sonidos, las sensaciones, un viaje fuera de otro mundo, y por supuesto comencé a entrar en pánico. Me hablaban en lengua quechua.
¿Y qué dijeron esas voces?
Me dijeron para hacerles una pregunta, pero si ellos (los espíritus) consideran estúpida tu pregunta, tienes un castigo. Entonces comencé a temblar y no tenía confianza en mí para leer las cinco preguntas que había preparado. Entonces me salió: «¿por qué están aquí y cuál es su propósito en la Tierra?». Cuando terminé el espíritu comenzó a gritar, unos sonidos horribles, estaba lleno de miedo. Luego empecé a sentirme relajado y a darme cuenta que como en los Andes esta comunidad no tenía ninguna comunicación con el mundo exterior, todas las tradiciones y curas medicinales fueron transmitidas a través de las meditaciones y los contactos con estos Apus.
¿Consumieron alguna droga para ese ritual?
No.
Dijiste que eras un chico de ciudad y tuviste todas estas experiencias intensas y trascendentales. ¿Cómo sobrevives a esto?
Las experiencias fueron intensas, pero cuando terminó el viaje yo estaba feliz. Quería compartir esta experiencia con mis padres, mis amigos, todo este conocimiento y fue entonces cuando decidí empezar a hacer la película.
¿Qué querías transmitir?
La película es sólo una pequeña introducción a los conocimientos indígenas. Es el comienzo de una pregunta. Lo que quiero hacer con esta película es que la gente la vea y hagan todavía más preguntas. No quiero dar respuestas. Estoy terminando mi segunda película sobre indígenas de la selva y el mundo espiritual.
¿Cuál es el aprendizaje con estas películas? ¿Te estás convirtiendo en una persona espiritual?
Es muy difícil responder a eso. No me considero espiritual. Me considero un ser humano curioso y quiero pasar información a través de mis películas sobre conocimientos y temas universales que han sido ocultados.
Fuente: Jornal i
HUMANO
Sudamérica Renace
Una cámara, 200 preguntas, un viaje y un recorrido en búsqueda de la propia identidad
(…) Internet nos da la posibilidad de llegar al mismo
tiempo a muchas personas en simultáneo.
Y una de las cosas que pasó con HUMANO es que muchas personas de todo el mundo nos fueron contactando, primero para trabajar, porque yo, cuando volví de los Andes hice un Facebook, subí un pequeño trailer, y explotó… gente de todo el mundo nos empezó a decir:
«yo quiero trabajar»…
Alan Stivelman
Las personas interesadas en ver el documental HUMANO. Sudamérica renace, pueden alquilarlo o comprarlo pinchando en la siguiente imagen, desde la que se accede a la web de Humano Films *https://humanofilm.com*
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