Nuestros miedos no evitan la muerte.
Frenan la vida
Elisabeth Kübler Ross
A pesar de tenerlo previsto, he tardado casi dos años en decidirme a publicar el testimonio que hoy muestro en este post.
En aquel momento, yo había vuelto de realizar un módulo de formación en terapia de vidas pasadas con el doctor José Luis Cabouli, y me encontraba “merodeando” sobre la cuestión de la muerte.
Un comentario sobre el tema en un blog llamó mi atención. Su autor hacía referencia a una experiencia extraordinaria que había vivido en el preciso momento de la muerte de su padre.
Más allá del indudable interés de lo que contaba, fue la forma de su expresión lo que hizo que su relato me resultara especialmente convincente: una mezcla de escéptico rigor intelectual y apertura mental a dosis parecidas. Dejé un breve comentario a continuación del suyo en aquel blog diciéndoselo. En respuesta, recibí una invitación de su autor a entrar a un foro, donde, según me dijo, había hecho un relato mucho más detallado de su experiencia.
La primera sorpresa de mi visita fue que en aquel foro confluían varios miles de personas de diferentes países. Muchas de ellas tenían en común estar viviendo una circunstancia de duelo por la pérdida de familiares o amigos.
Allí pude leer completo el testimonio que es objeto de este post, y que publico con la autorización de su autor, José María Jiménez Fernández, así como una hermosa carta que la doctora de paliativos que atendió a su padre, le envió a José María en respuesta a sus inquietudes.
He comenzado diciendo que he tardado casi dos años en decidirme a publicar este material. Pero esta demora tiene que ver con mi propia trayectoria vital, con la forma, la dirección, el sentido que quiero imprimir a este blog. Lo que me gustaría conseguir con él, que, en palabras del poeta Gabriel Celaya, diría que «quiero daros vida, provocar nuevos actos…»
Yo pude ver el alma de mi padre partir
(1ª parte)
Por José María Jiménez Fernández